Fin del Concierto

Fin del Concierto
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sábado, 23 de febrero de 2008

Presentación

Hace cinco minutos me desperté de una siesta improvisada y decidí iniciar el rito de los blog. Algo para compartir, no sé, para recordar, y ser recordado. Así que tomo el polvoriento notebook -que estaba encendido sin propósito alguno sobre la cama, simplemente impidiéndome estirar las piernas y dormir decentemente, como esperando que la pescara para algo más productivo que dejarla bajando alguna cosa en el Bitlord-, me acomodo en la cama, corro el velador que tengo al lado y apoyo el famoso toshiba en la también muy polvorienta superficie del viejo mueble. E inmediatamente me topo con cosas que me recuerdan desde cuándo estoy aquí: el viejo aparato telefónico que le compré a mi compadre Jules -a quien la vida puso en otro camino, uno más forzozamente "convencional"-, y que ya tiene manchas indelebles que no me molesto en tratar de eliminar; un par de libros que compré hace casi un año y que todavía no puedo leer; los controles remoto de la tecnología que accede a mi estadía física en la pieza; la cadena (dorada) (de oro) que me regaló Gustavo hace un tiempo, luego de un fallido proceso de exorcismo. Dentro de los muebles acumulan más polvo unos cuantos casetes, algunos grabados, otros originales -Smashing Pumpkins, R.E.M., Blur, Pulp, Pink Floyd, the Freddy Mercury Album (¿¿The Freddy Mercury Album??)- que adquirí durante mis años de secundario con una beca que me financió el gobierno con dinero de todos los chilenos, en una tienda de casetes usados que quedaba en un portal olvidado de calle Catedral.
Es curioso cómo pasa el tiempo. Es curioso cómo se echan de menos las cosas de otrora. Me doy cuenta aun más en estos momentos, porque ahora que retomé este blog -que se supone sería mi "presentación"-, todo ha cambiado... Ya no tengo el mismo auto, ni la misma casa... Ya no tengo polola. Tengo algo distinto. Pero por más que me convenzo cada día de que es mejor, no logro convencerme tanto que pueda decir, "por ningún motivo". "Por ningún motivo vuelvo a eso". La última vez que manejé mi otro auto me dio pena. Lo encontré bacán. El domingo pasado fui a mi casa y extrañé la televisión digital, poder ver el partido en mi pieza, no tener que hacer nada. Las cosas buenas de cambiarme poco a poco parecerán menos importantes, como siempre me pasa. Tener un auto más potente demanda más plata y más cuidado. Tener departamento solo demanda mucha más plata, esfuerzo, dedicación... Mucha más soledad. Y rápidamente uno se aburre de lo nuevo, se aburre de la velocidad, del aire acondicionado, de los carretes con quien quiera y cuando quiera. Después de todo, te das cuenta que no tienes tantos amigos, y que las calles de santiago no están hechas para correr. Extraño la cancha de recortán donde iba a trotar cuando podía salir temprano. Extrañaré en el invierno el olor a sopaipilla al llegar a la casa, mezclado con el olor de la parafina quemándose en la vieja estufa y llenando todo de SO2. Extrañaré las conversaciones inútiles con mi viejo sobre algo respecto de lo cual no puedo convencerlo. Extrañaré a mi polola, por más que hayamos terminado porque yo quería mi espacio y mi tiempo, porque de a poco me daré cuenta de que no hago tantas cosas ni con mi espacio ni con mi tiempo. Encontraré chico el departamento, encontraré agotadora la vida de soltero; encontraré mañoso el auto, y fomes los carretes. Me meteré con gallas pesadas, ni tan ricas y con problemas sicológicos. Hasta quizás me ponga a pololear con una que carecerá completamente de inteligencia emocional, no me quiera tanto, me ponga el gorro y sea una bruja.
Y hasta el momento, pareciera ser que he tomado todas las decisiones correctas. Pero uno no puede dejar de preguntarse, ¿por qué este sentimiento de nostalgia? ¿Por qué, si ahora tengo mucho, uno se siente igual tan pobre a veces? Miras con añoranza la época universitaria en que te quemabas las pestañas estudiando y no teníai ni para una sopaipilla en la calle. Miro con añoranza la época en que nos juntábamos en el tugurio más flaite del centro de santiago para tomarnos la cerveza más barata que se pudiera conseguir. La época en que el menú de lujo, ese que pocos podían solventar, consistía en un italiano y un schop en el Mastique. La época en que tenía que andar en micro para todos lados y para dejar de depender de la micro, me transformé en ciclista urbano. La época en que me agarré de varias minas; a una nunca se lo confesé, a otra se lo confesé muy temprano, y la otra me dejó medio cagado, por mi culpa. La época en que pudiendo haber hecho muchas cosas, no hice tantas como quería. Y te vas más atrás... La época del colegio, donde no me pescó jamás una mina y tenía problemas de bad temper. Y más atrás, la época en que jugaba con los cabros del barrio -que actualmente se han transformado en flaites que podrían perfectamente dedicarse a la trata de blancas o al negocio de los carterazos-, que echábamos carreras en bicicleta, que grabábamos programas de radio imaginarios en mi casa, casi meándonos de la risa, que jugábamos a la pelota de dos por lado en la calle y la pasábamos chancho. La época en que pensaba en qué diablos estaría haciendo a los 26 años, y me veía siendo escritor, con un buen auto, viviendo en el barrio alto, sin saber que lo primero es incompatible con lo segundo y lo tercero.
Quizás es la conciencia de cuántas cosas has perdido -invertido- para llegar donde estás. O quizás es simplemente la tristeza de la etapa que acaba, que muere, y el encuentro con la que comienza. La sensación de que te haces viejo, de que te civilizas, te aburguesas, te pierdes. De que de un momento a otro tus sueños empiezan a irse, a alejarse, muchas veces porque así tú lo has querido. ¿Por qué me parece que esa época en que no tenía nada de lo que tengo ahora es mejor? Es como que mientras más se tiene, menos se disfruta. En vez de mirar hacia atrás como el preludio de lo que se es, y el presente como el preludio de lo que se vendrá, es como una etapa muerta, ajena, y deseada. La mina que me dejó nockout, la otra que no me pescó, el evento que me perdí por no tener plata, o auto. Quizás todo se reduce a dos cosas... Amor, y libertad. Sí, acabo de convencerme. Amor, esperanza, libertad. Eso es lo que se pierde. No voy a decir por qué, todos nos damos cuenta. Nos damos cuenta cuando ya nos atrapó el remolino. Cuando ya te da lata tomarte la Escudo y prefieres la Budweiser. Cuando te parece penca el completo del Mastique y quieres ir a comer sushi al Parque Arauco. Cuando ya no quieres andar en bicicleta y en metro y te compras un auto. Cuando el Kia te parece muy charcha y quieres comprarte un Alfa Romeo. Cuando vivir con tu papá se te hace de pendejo y quieres tu propio espacio. Cuando no quieres renunciar a la pega porque te acostumbraste a la plata, y más que todo, dependes de ella. Independiente??? JAJAJA.
Freedom, como diría Wallace. Freedom.
Y resulta que después te da la nostalgia y abres tu cuenta en Facebook, y te das cuenta que todo es para mantener los lazos con aquello que te recuerda a tu libertad. Con tus compañeros de colegio, de universidad, tus amigos de infancia. Para compartir trivias de lo que fue y no volverá. Te compras el súper nintendo y el nintendo 64. Te compras la colección completa de Robotech o Los Caballeros del Zodíaco. Buscas en youtube esos capítulos de Transformers que apenas recuerdas en tu subconsciente. Un eterno revival. Un eterno regreso. A aquella época en que eras libre. A la época en que empezaste a descubrir todo. No te das cuenta cuando empiezas a cantar Those were the days of our lifes y a escribir en un blog, those days are so gone now, but one thing is still true: when I look, and I find that I still love you.
Mejor me voy a jugar un póker y a imaginar cómo sería ser millonario y vivir viajando por el mundo.

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