Fin del Concierto

Fin del Concierto
Haz clic en la imagen para abrir la página del ebook en Smashwords

lunes, 3 de noviembre de 2008

El Profe Milton... Y Otras Consideraciones

La muerte tiende naturalmente a la reflexión. Es algo indudable. Aunque hay grados y grados de reflexión. La reflexión de la persona "común y corriente" es típicamente la reflexión que empieza y termina con los límites de la fe. La señora Juanita, acostumbrada a ir a la iglesia todos los domingos; que ha visto morir a sus padres, sus abuelos, comadres y compadres, ella no se pregunta qué ocurre con esa masa incorpórea que algunos llaman alma; qué ocurre con esa persona, que antes estaba viva, que hablaba, se movía, miraba, pensaba y sentía, y que ahora yace inerte sobre una cama aplastada, con una sábana sobre la cabeza. Qué pensó esa persona cuando sintió que la vida se le estaba yendo. Qué pensó. Qué vio en aquel ominoso momento en que la respiración se entrecorta y la inminencia de la muerte se hace insostenible. No se lo preguntan. Y quizás sí. Pero la respuesta es la misma: qué importa. Mientras escribo esto siento pena, porque trato de imaginarme las imágenes que pasan por la mente del que sabe que está muriendo y el único sentimiento que concibo es el de infinita tristeza. La mirada del que uno quiere se pierde en la nada... y aquél que antes te miraba en algún momento por nadie conocido deja de mirarte para comenzar a mirar al infinito... o a la oscuridad... no se sabe. Pero bueno, la señora Juanita no piensa en eso porque para ella la muerte es algo familiar y no hay nada de qué preocuparse... La inquietud respecto del destino de esa alma que se muere empieza y acaba en la imagen de Jesucristo en la pared de la pieza de cuidados. Ahí está el consuelo y la paz, del que se va y del que se queda. No hay por qué preocuparse de ese tipo de cosas... ¿Qué dónde fue a parar esa buena persona cuyo corazón se acaba de detener? Qué clase de pregunta es esa. Evidentemente que al cielo, hijo mío. Esas son todas las respuestas que necesitas. Pero, es que, ¿por qué tuvo que morir tan joven y sufrir tanto...? ¡Es tan injusto! Dios se lleva antes a los mejores, hijo. Y lo más buenos son los que más sufren. Tamaña recompensa, dirá uno. Por supuesto. Disfrutar de las bondades del Reino de Dios por toda la eternidad no es precisamente un castigo. Pero, ¿la volveré a ver? Por supuesto, si eres bueno. Algún día te encontrarás con ella en el Cielo. Ah... me quedo tranquilo entonces. Soy feliz. Y el mundo sigue dando vueltas.


Hoy fue el funeral del profe Milton. Me sorprendí al encontrar banderas del PC revoloteando cerca de la tiendita donde la gente se había congregado para despedirlo. Me sorprendí un poco más cuando uno de los dirigentes se refirió a él como un gran compañero, como una persona que se preocupó por los pobres, que trabajó por ellos, que trabajó por doblegar las brechas sociales (que impone el capitalismo... esto lo digo yo, pero se asume). Y es el mismo discurso que escuché del Lucho el otro día, cuando se quejaba de lo injusta que era la vida con el profe... Como profesor, Milton tuvo una sola estrategia: tratar de colocar a sus alumnos en una posición privilegiada dentro de la sociedad... Sacarlos de la esfera donde habían crecido y convertirlos en profesionales exitosos, respetados... Romper la brecha social; llevar a los muchachos de Maipú, de Estación Central, de Quinta Normal, a Las Condes o Providencia; transformarlos en los primeros profesionales de la familia; convertirlos en grandes hombres. Y ciertamente él y los demás que trabajan en el Liceo lo consiguieron... Colocaron a un montón de vagos, hijos de obreros, choferes de micro, empleados y transportistas, primero en la universidad, para que se convirtieran en profesionales (de lo que fuera) y luego, por añadidura, en un lugar distinto dentro de la cadena alimenticia... En el lugar del que llega a la estación de servicio a ponerle bencina al auto, y no del que está esperando en la bomba con un uniforme azul, gorra y un montón de billetes ajenos en el bolsillo, para recibir su pedido. Pero uno no puede dejar de pensar que existe una cierta (y tremenda) contradicción en todo esto, que algo está mal, que algo no calza. Porque una conciencia social hoy en día no es equivalente a ser partidario de las ideas comunistas, y hoy en día al parecer quedan cada vez menos comunistas y hay cada vez más personas que piensan que la sociedad puede mejorar, dentro de sus propios y preestablecidos márgenes. Es una contradicción evidente, que me da la impresión todos captan, pero pocos se detienen a analizar... Vivimos en una sociedad capitalista y monetaria, desde tiempos inmemoriales, desde que a alguien se le ocurrió ponerle a las cosas un precio y no un valor, hasta que ambos conceptos se hicieron inadvertidamente sinónimos. El profe Milton -al igual que muchos otros distinguidos y admirables profesores de mi colegio y del país entero- se esmeró por brindar una buena educación a sus alumnos, de manera tal que pudieran valerse por sí mismos dentro de la sociedad, que pudieran "ser alguien en la vida", como a todos les encanta decir, como si la palabra "alguien" ya fuera un concepto predefinido e indubitable. El profe Milton, comunista, y por ideología enemigo del capitalismo, del sistema que transforma a los hombres en sirvientes de una maquinaria salvajemente consumista, se dedicó toda su vida a preparar hombres para servir en dicho sistema, y aun más, considerando la entrada al sistema de alguno de esos hombres, un éxito. Y es así como el suscrito y muchos otros nos hemos convertido en un éxito de nuestro querido liceo, y en consecuencia de nuestros profesores; la labor cumplida, el trabajo bien hecho. La labor encomiable de personas que se alejan del sistema y que deciden privarse de las ventajas que éste da a aquellos que se insertan exitosamente en él, para preparar más hombres que se hagan parte del mismo. Para alimentarlo. Y todos nos sentimos orgullosos de eso, es verdad; hay ventajas para todo. Pero es como cualquier cosa en el mundo, la típica institución que existe y en que es mejor no pensar, como es mejor no pensar que el exquisito lomo que te sirven en el restaurant alguna vez fue un ser vivo que alguien tuvo que matar y destrozar para que pudiera ser tu cena; o como es mejor no pensar en que la electricidad que ahora me permite escribir esto se produce gracias a la construcción de gigantescas represas y acueductos que han inundado las tierras de nuestros ancestros y destruido millones de ecosistemas, o peor aún, a aquellas moles quemadoras de petcoke y carbón que plantamos en el norte y que han matado toda forma de vida en kilómetros a la redonda, y que matarán toda forma de vida en algún tiempo más, cuando la irresistible secuencia de causa y efecto se haga patente en el mundo. Pero bueno, uno dice, y si no fuera por eso, ¿qué sería de nosotros? ¿Cómo viviríamos? ¿Cómo podríamos sobrevivir? Y la respuesta es sencilla: si eligiésemos no destruir nuestro planeta para poder alimentarnos y protegernos de la naturaleza, estaríamos todos muertos; si eligiéramos no matar animales, no comeríamos, o quizás seguiríamos viviendo como en la época de las cavernas, matando sólo lo indispensable para comer y vestirnos... Y puede ser que alguien diga, sí, y seríamos libres de este maldito sistema, y uno diría, mira tú, ¿y libres para qué? ¿Para poder elegir entre comer carne de cerdo o carne de vaca? ¿Para poder optar entre vestir piel de oso o piel de cebra? ¿Qué sería del mundo sin el famoso sistema? Si no supiera leer ni escribir, si no tuviera ropas, si no tuviera dónde vivir, sin herramientas, sin energía más que una fogata o un rayo; sin transporte; sin papel, lápiz, computadores, satélites, internet? ¿Sin libros que leer, sin música que escuchar, sin películas para ver? Todo lo que el hombre ha creado lo ha creado para poder "vivir mejor". Y para poder gozar de esas cosas uno debe ser parte del sistema. De otro modo, te quedas fuera, y no te queda mucho por lo que vivir. Mientras más y mejor parte del sistema seas, más beneficios puedes obtener. Pero la lucha por esos beneficios muchas veces nos cuesta la vida misma. Y de ahí el incesable deseo de ser millonario sin esfuerzo. Si voy a convertirme en millonario después de 50 años de incansable trabajo, mierda, no por favor, trabajaré toda mi vida para poder viajar por el mundo una vez y morirme tranquilo. ¿No hay nada más que valga la pena? ¿Nada en este sistema que nos haga decir, ok, lo acepto, está mal pero no hay nada mejor? Es un mundo de mierda, verdaderamente de mierda. Y es un mundo de mierda porque la raza humana es capaz de mucha mierda. Somos una raza fabricada esencialmente de mierda, tanto que debemos eliminar un poco de vez en cuando, y aquellos que eliminan su mierda con mayor periodicidad, son más sanos e incluso se ven mejor que aquellos que la mantienen en sus intestinos por tiempos más prolongados. En resumidas cuentas, somos todo aquello que somos capaces de hacer, y mierda hacemos todos los días, y varias veces al día. También somos capaces de maravillas como la música, el cine, el arte, la poesía... Pero esas maravillas no serían posibles si no fuera porque la mierda permite que existan. Porque la mierda necesita recrearse de vez en cuando. La mierda es un ciclo, necesita comer para existir; sin comida, no hay mierda; sin mierda, no hay hombres. Cuando la mierda se cansa de devastar bosques, vertir basura en el mar, cazar animales únicos por placer o codicia, ahogar las nubes con estallidos de dióxido de carbono o, lo más importante, torcer y esprimir a las personas para satisfacer los deseos de los dueños del sistema de mierda que rige en el mundo, a veces le dan ganas de escuchar una sinfonía, o mirar una obra de teatro, o comprar una pintura de una señora regordeta recostada en un sillón para colocarla en el living de su casa y enseñársela a las otras mierdas que vayan a visitarlo de vez en cuando para discutir qué tal se ha esparcido la mierda por el mundo últimamente. Pero esta es la contradicción máxima, aquello que me hace ser pesimista, aquello que me hace tender a pensar, bueno, es tanta la mierda, que de verdad ya estamos cagados: si no fuera por el sistema, este pedazo de manifiesto ni siquiera existiría, como tampoco existirían la millonada de libros y documentales que se han hecho sobre la cagada que la mierda ha dejado en el mundo. Si no fuera por el sistema, no podríamos preguntarnos qué haremos el fin de semana, porque estaría claro: cazar, huir, hacer fogatas, sobrevivir. Ese sería nuestro destino, esa sería nuestra satisfacción de cada día. Y los puristas acusan de que somos "esclavos remunerados", y sí, es verdad, pero, ¿qué sería de nosotros si nuestro "empleador" no existiese? Estaríamos cazando búfalos, luchando todos los días por sobrevivir, y entre eso y 3 horas al día en que puedo leer, jugar, ver televisión, y 20 días al año en que eventualmente puedo viajar y pasar un buen rato, bueno, creo que tendría que elegir lo segundo... Y esa lamentable conclusión nos lleva a todas las demás: (i) la vida es dura, pero es lo que es; (ii) el mundo no es nuestro, ni lo será, pero podemos aprender a sacar ventajas del sistema sin otorgar tanto de nuestras propias existencias; (iii) hoy sólo es posible y concebible la conciencia social, porque cualquier otra cosa, es una utopía, no porque el sistema no pueda ser vencido, sino porque cualquier cosa será una respuesta al sistema, un sistema que necesitamos, y dicha respuesta, al fin y al cabo, se convertirá también en sistema; (iv) sólo los dueños del sistema son capaces de disfrutar de todas sus ventajas sin necesidad de conceder nada más que un par de lingotes de oro, y (v) mientras más tiempo uno chupe de la teta del sistema, más probabilidades tiene de alcanzar la "felicidad"... Esa felicidad de mierda que la mierda nos permite.
Descanse en paz, profe Milton. Nada de esto es nuestra culpa.

No hay comentarios: